La edad de plata
La generación olvidada
Por Andrea Pelayo, Maitane Martín, Naiara Larrinaga y Alazne Rubio
¿Alguna vez te has preguntado por qué tienes días libres en el trabajo? O, ¿por qué disfrutas de una educación y una sanidad públicas? Todos esos privilegios que ahora se dan por sentado, son el resultado de años y años de lucha de tus abuelos y abuelas para lograr un presente y, sobre todo, un futuro mejor para las siguientes generaciones.
Y, ¿qué reciben a cambio? Una visita de sus hijos en Navidades, pasar el tiempo que les queda solos en una residencia y una pensión indigna en comparación con todo ese esfuerzo no recompensado. Los más de doce millones de personas con más de 60 años que viven en España no se merecen eso. No se merecen ser olvidadas, ni ser reducidas a un mero concepto: tercera edad.
De hecho, la Real Academia Española define este término como “período avanzado de la vida de las personas en el que normalmente disminuye la vida laboral activa”. Una institución de este calibre resume a las personas que en su día fueron el motor de la que hoy es nuestra sociedad en algo obsoleto. Son individuos que no cuentan por el simple hecho de haber dejado de trabajar.
Es más, la gente piensa que la vejez te convierte en un ser inútil, una carga para los que te rodean. Nadie se percata de que todas esas ideas son prejuicios que dañan, y mucho, a todos aquellos que están viviendo la ancianidad. Esa etapa de la vida que tanto se teme, pero cuya llegada es irrefrenable, no tiene por qué ser algo malo. A decir verdad, cualquiera que pueda soplar más de 80 velas el día de su cumpleaños puede presumir con orgullo de haber tenido una larga vida.
Sin embargo, detrás de un concepto tan ambiguo se esconde una vida llena de obstáculos: una infancia difícil, una educación precaria, una evidente falta de recursos y oportunidades laborales y una sociedad que sistemáticamente se olvida de ellos. A fin de cuentas, el mundo avanza hacia el futuro a pasos agigantados, mientras sus ancianos echan la vista atrás intentando recordar tiempos mejores.
¿Cómo eran esos tiempos?
¿Cómo eran esos tiempos?
¿Cómo eran esos tiempos?
¿Cómo eran esos tiempos?
Cualquier libro de historia puede darte la respuesta: de una pobreza y necesidad extrema. Sin embargo, en el resumen de tres líneas que hace dicho libro de ese tiempo, no se reflejan todas las lágrimas derramadas por cada uno de los ancianos de este país. Ni los sin sudores que tuvieron que pasar para llevarse un mísero plato de comida a la boca. Ni las cientos y cientos de horas que pasaron trabajando desde bien pequeños. Para conocer todo eso, es necesario acudir a los protagonistas, las fuentes principales: los propios ancianos.
Todos ellos vivieron una infancia marcada por la posguerra. La situación política, económica y social del estado español les obligó a remangarse y buscar un trabajo para salir adelante. Antonio Casado Prieto, jubilado de 91 años, es uno de tantos leoneses que pasaron su juventud en los campos: “Cada día de cada verano, nos levantábamos a las cinco de la mañana y nos acostábamos a las doce de la noche. Trillábamos el trigo, sacabamos al ganado, cultivábamos y todo a mano, por eso, quedábamos rendidos”.
Entre lágrimas e intentando mantener la compostura, Antonio Casado le contó a una de sus nietas lo duros que fueron los tres años que pasó bajo tierra trabajando de minero. Al tiempo que picaba las paredes de una mina de carbón, sus hermanos y él sacaban fuerza de donde no la había para ocuparse de su madre paralítica. “Yo tengo 91 años y ya no me quejo de lo que pasé porque pasado está”, concluyó diciendo el leonés.
Otros mayores como María Nieves Pérez Férnandez, jubilada de 88 años y mujer de Antonio Casado, tuvieron que dejar a sus familias y emigrar a otros puntos del territorio nacional. Sus padres no tenían suficiente para vestir ni dar de comer a ella y a sus cuatro hermanos, por lo que cada uno de ellos tuvo que buscar un oficio para traer dinero a casa. Algunas se hicieron jornaleras o cuidadoras, mientras que el hermano varón optó por la minería.
Ella, en cambio, vino a Bilbao con 16 años y trabajó como interna en un domicilio de la Calle Jardínes durante siete años: “Solo salíamos unas horas cada quince días porque el resto del tiempo trabajabamos sin parar, pero estábamos contentas de poder hacerlo”. Además, la falta de aparatos eléctricos como lavadoras o lavaplatos, hizo aún más largas y tediosas las tareas domésticas diarias.
Tras volver a su casa en Anciles, un pueblo de León que ahora está sumergido en el pantano de Riaño, pudo observar una vez más los efectos que tenían la falta de alimentos y la tuberculosis en los habitantes del mismo. “Las mujeres iban todas de negro. De hecho, yo nunca he visto a mi madre con un pañuelo claro”, relató la ahora ama de casa.
¿Colegios había, verdad?
En efecto, colegios sí había y varios, aunque la mayoría de las personas que hoy conforman la tercera edad ni siquiera llegaron a entrar en ellos. Ellos, en teoría, aprendieron matemáticas, ciencias y literatura trabajando y, si no lo hicieron, no pasaba absolutamente nada porque tenían cosas mejores de las que preocuparse: qué comer, cómo pagar los gastos e, incluso, cómo sobrevivir otro día más.
Por ello, no es de extrañar que en 1970, aproximadamente un 18% de la población española de 65 y más años fuera analfabeta. Del mismo modo que una parte importante de nuestro país no sabía leer ni escribir, un 80% pasó sus primeros años de vida en las aulas. Alguno de ellos pudo incluso terminar sus estudios de primaria y, ni mencionar queda al muy minoritario uno o dos por ciento que cursó estudios secundarios y superiores.
Por consiguiente, es de suma importancia identificar los pilares de ese sistema educativo improvisado por los padres y madres de los ahora ancianos. Por un lado, es innegable el papel que tuvo la religión en la formación de los jóvenes. El ser católico, apostólico y romano, quieras o no, se pegaba y más si ibas a misa todos los días, rezabas antes de
irte a dormir, bendecías la mesa y vivías en un lugar decorado al puro estilo eclesiástico. Efectivamente, María Nieves Pérez confesó con una sonrisa que sabe el nombre y la localización de todas las iglesias de Bilbao, pero que de los cines no tiene ni idea.
Por otro lado, el respeto ha estado siempre muy presente en sus vidas. “Mi padre nos decía que nunca nos burlaramos de nadie. Dios pinta como quiere: guapos, feos, sanos y cojos”, afirmó la leonesa. Asimismo, ella indicaba que las nuevas generaciones están educadas de otra manera y que no respetan a sus mayores: “No te dejan el asiento si vas en el metro o en el autobús”.
Afortunadamente, las estadísticas demuestran que la tasa de analfabetismo se ha reducido considerablemente y que en los últimos años, cada vez más gente ha podido acceder a estudios superiores, en 2011, un 7% de la población. Hoy por hoy, en consecuencia, el problema de los mayores es de otro ámbito.
¿Y cuál es el problema?
El problema no es otro que la digitalización. Hoy en día, es difícil encontrar algo que no requiera usar la tecnología. Esto se debe a que la sociedad ha evolucionado y con ello, han venido muchos cambios, especialmente, para las personas mayores. “La tecnología no está hecha para mí, es para los jóvenes. Nuestra mente no está hecha para eso. No la entiendo, va más rápido que yo”, afirmó Aura Estrada de 87 años.
La situación es sin duda abrumadora, ya que en menos de 20 años se han visto forzados a ajustarse a un mundo completamente diferente al que estaban familiarizados. En muchos casos se ven superados por la tecnología, se sienten perdidos con tanta información y desamparados por parte de los más cercanos que no se ven capaces de enseñarles. “Dan por hecho muchas veces que conoces las cosas y, a veces, me hablan con ciertos términos que no comprendo. Cuando pido explicaciones la gente se exaspera al enseñarme”, comentó Aura.
Ese mundo que recordaban y al que estaban acostumbrados ha quedado completamente obsoleto. Esos días o semanas que tardabas en recibir la respuesta a una carta, si es que llegaba, se han traducido a correos electrónicos que tardan unos pocos segundos en llegar. Las cartillas del banco con las que antes acudían tranquilamente a sacar dinero a las sucursales se han convertido en cuentas de banco digitales. Esto supone memorizar innumerables contraseñas y realizar trámites extremadamente complicados.
Los miles de recuerdos almacenados en álbumes de fotos que se encontraban en las estanterías de casa se han resumido a una simple carpeta en la galería del teléfono. Si hasta las personas han cambiado. Los recepcionistas que antes atendían a los clientes nada más llegar y que respondían a las preguntas de la mejor manera posible se han transformado en contestadores automáticos que te mantienen en espera más de diez minutos para darte una respuesta que ni ellos entienden.
¿Cómo se afronta?
Al fin y al cabo, envejecer es un proceso dinámico, gradual, natural e inevitable. Este proceso es impreciso, se reconoce por el cuerpo cambiante ante el espejo y la falta de ilusión por determinadas cosas. De ahí que requiera de una preparación física y mental que debe afrontarse con positividad. De manera que la pérdida de las capacidades no suponga un problema para enfrentar el ciclo de la vida.
La vejez hay que verla como una etapa más. A pesar de que siempre se describe como el “fin”, cuenta con muchos aspectos positivos como el cese de obligaciones y más tiempo libre. Los expertos afirman que la mejor forma de responder a esta fase es con un envejecimiento activo.
El envejecimiento activo, según la OMS, es un proceso que tiene como objetivo aumentar la calidad de vida de las personas a través de mejoras en las actividades o rutinas diarias. El primer paso es apreciar el proceso desde una visión positiva, no es todo pérdidas, también hay un mundo nuevo con experiencias nuevas que vivir. Es imprescindible mantener unos hábitos saludables a la hora de comer, reduciendo grasas saturadas, procesados, sales o azúcares, y aumentando la ingesta de frutas, verduras, lácteos o frutos secos. La realización de alguna actividad física para ayudar al mantenimiento y
movilidad muscular es otro punto muy importante durante el proceso.
En esta etapa, también es necesario observar el estado anímico de la persona, lo que es una parte fundamental para su bienestar. Soledad, sentimiento de inutilidad, frustración, … Día a día la mayoría de personas mayores pasa por alguna de estas emociones y no son fáciles de sobrellevar por sí solos. Nerea Larrinaga, auxiliar en el geriátrico Amavir Getafe, comentó que muchos suelen encontrarse tristes porque se sienten abandonados. Por este motivo, las residencias de ancianos y los geriátricos cuentan con psicólogos y terapeutas ocupacionales para poder ayudarles. La mayoría agradece el poder expresarse abiertamente y el pasar el rato con alguien que les hace sentirse cómodos.
Siendo familiar, es de suma importancia saber que, para ayudar, no hay una sola forma adecuada de responder ante este proceso. Lo primero de todo es eliminar los prejuicios que existen sobre la vejez. Las personas ancianas son productivas, pueden seguir aprendiendo y hacer diversas actividades para sentirse realizadas. Por lo tanto, es indispensable hacer que las personas se sientan queridas, escuchadas y valoradas. Esto ayudará a disminuir las probabilidades de aislamiento o de experimentar la sensación de soledad.
Por último, la aceptación del cambio es necesaria para afrontar la vejez. Ante una transición de este calibre, es más difícil aceptar el cambio cuando se aprecia como un proceso de pérdida o de incapacitación. Se debe percibir como algo natural, parte del ciclo de la vida. De esta manera, aunque no sea fácil, el anciano es consciente de que puede seguir haciendo actividades útiles.
¿Cómo me ciudo?
Cabe destacar que no hay bienestar sin cuidados. Entonces, en una etapa de la vida donde una buena salud física y mental son fundamentales, hay que realizar actividades que consigan estimular tanto el cuerpo como el cerebro.
En especial, en el caso de la salud física, no hacen falta grandes esfuerzos, debido a que existen numerosas formas de ejercitarse que pueden resultar entretenidas y beneficiosas para la movilidad. Magdalena Santos, trabajadora administrativa en el Centro Social de Personas Mayores de Santutxu, enumeró algunas de las muchas actividades que ofrecen como, por ejemplo, clases de baile o gimnasio donde hacen sesiones de estiramiento. Estas se imparten una vez a la semana y la cuota anual es baja, de 18 euros al mes.
Aunque este no es el único centro de la provincia que ofrece tal cantidad de servicios, puesto que la mayoría de las 150 residencias que hay en Vizcaya tienen una propuesta parecida. Entre todas ellas, las 43 residencias localizadas en Bilbao parecen tener los mejor para la sociedad en pleno proceso de envejecimiento.
Igualmente, los gobiernos han puesto en marcha una mayor número de iniciativas para contribuir a mantener el bienestar físico de las personas mayores. Los circuitos biosaludables, comúnmente conocidos como parques para mayores, están cada vez más presentes en nuestras ciudades. El objetivo principal de estas instalaciones es conseguir que los mayores estén motivados a ejercitarse y socializar entre ellos.
Las paralelas con pista de obstáculos permiten mejorar la capacidad de control del cuerpo sin perder el equilibrio mejorando a la vez la movilidad de miembros inferiores. El pedal es un ejercicio que permitirá al usuario entrenar y mejorar la resistencia del tren inferior. Las escaleras con rampa consisten en unos sencillos ejercicios de subida y bajada de escaleras y rampa para mejorar el equilibrio y la independencia funcional del día a día. La rueda de hombro y las escaleras de dedos ayudan a mantener la movilidad del hombro y a ejercitar el tren superior.
Así como el ejercicio físico es importante para mantener el cuerpo, las actividades cognitivas son importantes para estimular, mantener y desarrollar nuevas conexiones en el cerebro. “Solemos realizar actividades cognitivas para trabajar la memoria. Son dinámicas que les ayudan a ejercitar su memoria”, comentó la auxiliar Nerea Larrinaga. A través de terapias de estimulación cognitiva o de musicoterapia, se asegura que las personas mayores sigan trabajando algo tan importante como el cerebro.
“Solemos leer el periódico o nos ponemos a pintar. Algunos hacen puzzles y a veces hacemos sumas y restas. También nos gusta mucho jugar al bingo y al dominó”, explicó una residente de Miravilla Egoitza. Los rompecabezas, los juegos de palabras o puzzles, son simples acciones que ayudan a mejorar la memoria, la creatividad y la resolución frente a los problemas.
No obstante, si hay que elegir la actividad más popular, los juegos de cartas se llevarían el premio gordo. En los centros de día, varios ancianos se reúnen en una mesa todos los días para pasar la tarde jugando a la brisca, el tute y el despiste, además del mus, que es un clásico en las mesas de las residencias vascas.
También cabe destacar que, desde hace unos años, el Centro Social de Personas Mayores de Santutxu imparte clases de informática abiertas al público. De esta forma, las personas mayores pueden familiarizarse con los dispositivos electrónicos y usarlos en su beneficio.
Además, el centro permite traer su pasión a los que no se ven atraídos por los bailes, las cartas y los ordenadores. En la actualidad, cuatro señoras pasan las tardes en la biblioteca cosiendo y bordando para sus familias y amigos. Después de todo, la idea es que todos estén cómodos y tengan algo con lo que entretenerse salvo, claro está, durante la pandemia.
¿Y qué pasó con ellos?
La COVID-19 fue una época muy dura que marcó a todo el mundo, sobre todo, a los mayores. Ellos vivieron esos momentos con miedo y sin saber que podía pasar al día siguiente. Eran los que más riesgo corrian y eso les afectó mucho, tanto a nivel físico como mental.
Tampoco ayudó que todos los centros de día cerraraan sus puertas, obligándolos a afrontar esta batalla solos o sin apenas compañía. Los espacios que antes eran su vía de escape del mundo que les rodeaba ya no estaban. Ya no podían reunirse con sus amigos a tomar un café y echar una partida de cartas. De un día para otro, se vieron encerrados las 24 horas del día a merced de los acontecimientos.
En el caso de las residencias de ancianos, se mantuvieron abiertas, pero respetando estrictamente las medidas propuestas por el Gobierno: “Con todo eso del virus nos restringieron mucho las visitas y eso nos hacía sentirnos solos”, expresó Aurora Estrada, residente de Miravilla Egoitza.
Durante la pandemia, la mayoría se quedaron solos en casa como pájaros enjaulados. Estaban completamente apartados del mundo y su única compañía era la televisión o la radio. A todo esto se le sumaba el constante bombardeo de noticias sobre el fallecimiento de individuos con edades parecidas a las suyas.
Tras la vuelta a la nueva normalidad, los centros de día reabrieron sus puertas, aunque esto no resultó como esperaban. El miedo de contagiarse se apoderó de muchos, por lo que no se atrevieron a volver a los centros. De igual manera, estaban aterrados por la mera idea de salir a la calle. Habían desarrollado una fobia al exterior y se habían refugiado en el interior de sus casas. Pese a todo, muchos no lograron salir adelante y ni siquiera tuvieron una despedida en condiciones. A día de hoy, bien es cierto que no en ese contexto tampoco tienen la asistencia que necesitan.
¿Quién les ayuda?
Los cambios sociodemográficos y socioeconómicos acontecidos han traído consigo un incremento de personas mayores con necesidades de ayuda y de atención, así como de apoyo familiar. Los programas, centros y ayudas económicas intentan dar una solución adaptada tanto a las necesidades de las personas mayores como a sus familias. Los mayores de 65 años, los de movilidad reducida o con algún tipo de discapacidad funcional y/o intelectual son beneficiarias de las ayudas económicas o subvenciones que presta el estado español.
Ahora bien, en muchas ocasiones, estos programas no son capaces de cubrir dichas necesidad, creando una ola de quejas con respecto a recursos vinculados a las pensiones, la regulación tributaria, las situaciones de dependencia, el disfrute de los bienes culturales o el acceso, permanencia y régimen de vida en centros de atención a mayores.
“Deberían escucharnos más”, expresó María Antonia Isidoro, jubilada de 90 años. La falta de interés de algunos sectores por solucionar los problemas ha dado lugar al surgimiento de asociaciones defensoras de las necesidades básicas de las terceras personas, ya que, los recursos son cada vez más reducidos.
A raíz de la pandemia, muchos de los centros de día fueron reduciendo sus actividades. “Íbamos un grupo de 21 personas a una sala del polideportivo que nos había proporcionado el ayuntamiento”, dijo Merche, mujer que a sus 69 años visita en el Centro Social de Personas Mayores de Santutxu para coser con sus amigas. Entonces, el ayuntamiento cerró esta sala y, por ende, separó a este grupo con la excusa, según Rosi, otra de las afectadas, de que el espacio “no tenía ventanas y no era seguro”.
Las entidades bancarias complican más las cosas al obligar a gente con una edad a utilizar cajeros automáticos que no entienden y gestionar infinidad de trámites. Tampoco ayuda que la atención presencial se haya limitado a horarios muy concretos y con la necesidad de solicitar una cita previa de forma telemática.
Ante esta injusticia, un médico valenciano de 78 años que reclamaba a los bancos “un trato más humano en las sucursales bancarias” puso en marcha la campaña “Sóc major, no idiota” (”Soy mayor, no idiota”). Carlos San Juán de Laorden expresó la importancia de crear trámites más sencillos para todos que no requiera de una ayuda externa.
“He llegado a sentirme humillado al pedir ayuda en un banco y que me hablaran como si fuera idiota por no saber completar una operación”, afirmó Carlos San Juán. La queja se publicó a través de change.org, exigiéndo a las entidades tratar a las personas mayores sin “trabas tecnológicas y mayor paciencia y humanidad”. Esta iniciativa en concreto recaudó alrededor de 600.000 firmas, pero son muchos los intentos por cambiar el futuro de los ancianos.
¿Y ahora qué?
Lo único que se puede hacer es darles a los abuelos y abuelas algo que todavía no han tenido: respeto. Ellos lo han vivido todo desde una posguerra y una crisis sanitaria hasta el deterioro de cada una de sus capacidad físicas, psíquicas y emocionales. Análogamente, han sido menospreciados, ninguneados y olvidados hasta límites inimaginables. Por esa razón, es justo y necesario regalarles tu tiempo y atención. Deja el móvil a un lado y escucha sus batallitas, cédele el asiento cuando te desplaces por la ciudad, ayúdales a cruzar la calle si hace falta, pero, sobre todo, haz de cada momento que le queda una recuerdo inolvidable.